El Partido Revolucionario Dominicano (PRD) se fundó para luchar contra la tiranía de Trujillo y por un porvenir democrático para la República Dominicana. Desde muy temprano, en esta ruta, aportó la sangre de muchos de sus dirigentes que fueron perseguidos, no sólo por los brazos alargados de la dictadura, sino también por criminales manos coloradas.
Ya con el gobierno de Juan Bosch se encargó, en el 1963, de enarbolar la democracia como principio de Estado, que más adelante reiteró José Francisco Peña Gómez en su reclamo de libertades públicas.
Gracias al “partido del jacho” el pueblo dominicano contó con importantes iniciativas partidarias que tenían como objetivo la modernización del Estado y establecer reformas en lo político, social, electoral, judicial. De ahí que en la lucha por la democracia dominicana haya que resaltar a grandes rasgos la participación del PRD.
Pero ya decía Heráclito, filósofo griego, que el ente deviene y todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa. La palabra crisis y división están tatuadas en el devenir histórico del PRD lo que lleva a encontrar pocas primicias en su actual proceso, cuya única novedad es la denunciada participación del ex presidente Leonel Fernández mediante órganos como la Junta Central Electoral y el Tribunal Superior Electoral.
Cuestionamientos que, con toda razón, se hacen a algunos dirigentes del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), también son válidos para unos del partido blanco. ¿O acaso en estos últimos tiempos ha tenido planteamientos y actuaciones diferentes para enfrentar los problemas estructurales del país? Al momento de buscar la representatividad y la legitimidad, muchos han optado por la plutocracia (Lo advertía Juan Bosch con lo de “matadero electoral” y Milagros Ortiz Bosch con “vergüenza contra dinero”) que llevó a sus dirigentes históricos a validar a un Miguel Vargas Maldonado.
Así como en el PLD unos se han alejado de su base de izquierda, en el PRD otros lo han hecho de la social democracia. ¿O acaso la lucha interna que tiene uno y se le pronostica al otro es por cuestiones ideológicas o de principios?
Tampoco se trata de apoyar la encrucijada en su contra. El secuestro de la justicia y de varios órganos del Estado, que deben responder a la voluntad popular, es desdeñable en todas las circunstancias. Pero es válido preguntarse, ¿si sus dirigentes tuvieran la capacidad de amarre que tienen sectores del PLD, harían algo distinto? También de reconocer que la democracia y el sistema de partidos hace mucho que están en crisis y no es una situación que se da ahora con el problema del PRD.
Quien quiera depositar en el PRD de estos tiempos la necesidad de renovación que urge en la sociedad dominicana, sepa que centrar esfuerzos en respaldar más de lo mismo, sin garantía para sostener ese cambio, y no en la articulación de poder popular, de iniciativas ciudadanas que trasciendan el desvirtuado sistema de partidos, es escoger el camino más fácil y constituye una actitud anti revolucionaria. Vuelvo a Heráclito: el único camino es el cambio incesante. Sólo se echaría de menos a un auténtico partido revolucionario dominicano.