Cada día la sociedad dominicana le exige más a la escuela y de manera más directa al/la profesor/a, en su rol de guía de los procesos de enseñanza-aprendizaje. Al parecer, hay un sentimiento generalizado de insatisfacción por la labor del/la maestro/a. En sentido general, a nuestros educadores se les reprocha su pésima gestión pedagógica, por los bajos resultados de nuestros alumnos en todas las mediciones cualitativas que se hacen.
Los calificativos en contra de los/las maestros/as dominicanos se extienden desde incompetentes a mediocres. Es tanto así que en uno de los documentos del diseño curricular se estableció que “el maestro del siglo XXI no existe”.
Algunos sectores proponen el ingreso a las aulas de profesionales de las ciencias naturales y las matemáticas como: ingenieros, químicos, físicos, biólogos, médicos, contadores, etc.- para llenar plazas docentes, especialmente en el nivel medio. Aplicando este enfoque, el MINERD aceptó a profesionales fuera de las ciencias de la educación en el concurso de oposición para registro de elegibles para la carrera docente. Otros más radicales sugieren la “importación” de maestros de otros países, en especial de Cuba, Chile, Argentina, España, Alemania, Finlandia y otras latitudes.
La angustia abruma a todos los que hemos ejercido por tanto tiempo la labor docente, al recibir tan exigua valoración y tan ácidas críticas de la sociedad. Considero muy exagerados los ataques a la escuela dominicana y a los facilitadores de los procesos formativos que son los/las maestros y maestras.
Dos preguntas fundamentales me asaltan: 1. ¿será que estamos echando la culpa de todos los males sociales de la contemporaneidad criolla a la escuela y sus guías? 2. ¿Fue ahora que descubrimos los males de nuestra sociedad y hemos escogido unos culpables favoritos: la escuela y los maestros, porque nadie sale a defenderlos y a contextualizar certeramente la etiología de la crisis?
Soy de opinión que el meollo de la cuestión estriba en que se ha producido un empoderamiento de la sociedad respecto de la importancia de la educación como motor del desarrollo nacional. Esa perspectiva ha hecho que sea la clase media quien con mayor fortaleza esté reaccionado demandando una educación con altos estándares de calidad y excelencia.
El enfoque de educación de calidad era un vacuo enunciado de las élites y de los políticos en tiempos de campaña proselitista que lo escribían en los programas de gobierno, sin que tuviera ninguna efectividad y concreción. La demanda de educación de calidad preuniversitaria le fue arrebata a los partidos y a las élites por la clase media dominicana. Este movimiento social tuvo tanta fuerza que obligó al Presidente Danilo Medina en 2013 a destinar el cuatro por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en la educación preuniversitaria, aspecto que estaba contenido en la Ley General de Educación promulgada en el año 1997, y que había sido violado olímpicamente por quienes dirigieron los destinos nacionales en esos quince años.
El dinero abunda, es más sobra. Pero estamos fallando en una cuestión fundamental: el cuatro por ciento solo prioriza la construcción de infraestructura escolar y no atiende el acompañamiento de la gestión pedagógica.
Es en el salón de clase donde hay que poner el énfasis, acompañando y supervisando al maestro/a en su labor docente.
Por Rubén Moreta
El autor es Profesor UASD